"La incomprensión del presente nace fatalmente de la ignorancia del pasado. Pero quizá sea
igualmente vano esforzarse por comprender el pasado, si no se sabe nada del presente" M. Bloch

jueves, 31 de diciembre de 2009

Documentos sobre la Primera Guerra Carlista


Ya que no encuentro la voluntad creadora que me llevaría a llenar este Blog a diario, y como me apena verlo vacío durante las navidades, os traigo esta vez una serie de documentos -de fácil acceso- que ejemplifican en diversos aspectos lo que fue la Primera Guerra Carlista (1833-1839/40).
Como de sobra sabréis, ésta enfrentó a los que apoyaban la pretensión al trono de Carlos (Carlos V), hermano menor del fenecido Fernando VII, al trono de las Españas; contra aquellos que apoyaban a María Cristina, regente, y su voluntad de hacer reina -como finalmente decidió Fernando en su lecho de muerte- a la hija Isabel, aun por alcanzar la mayoría de edad.
Y es que no se trataba de que el trono le cayese mejor a uno u a otro. Traigo a colación -de nuevo y para no variar, pero es que no hay mejor autor para hacerse novelada idea de aquellos tiempos- aquellas líneas que Galdós dejó escritas en su episodio de los Apostólicos:
¿Varón o hembra? He aquí la duda, la pregunta general, la esperanza y el temor juntos, la cifra misteriosa. Cuando llegó el día 10 de octubre de 1830, día culminante en nuestra historia, y retumbó el cañón llevando la alegría o el miedo a todos los habitantes de la Villa, el ingenioso cortesano de 1815, don Juan de Pipaón, entró sofocado y sudoroso en casa de Genara. Venía sin aliento, echando los bofes, con la cara como un tomate, por la violencia del correr y de las emociones.
-¿Qué?..., ¿qué es? -preguntó Genara con calma.
Pipaón se dejó caer en el sofá y dándose aire con el pañuelo exclamó:
-¡Hembra!...España es nuestra.
-¡Hembra! -repitió Genara-. ¡Pobre España!
El texto nos ha trasladado a unos años atrás. Pero fue nacida la sucesora cuando comenzó el tira y afloja, la guerra sumergida, sobre si gobernaría el hermano, absoluto, volviéndose a la situación -para algunos idílica- del 23, del 14, o de antes incluso; o la hija -previa regencia de la madre-, en donde se depositaban todas las esperanzas liberales, de iniciar de nuevo las reformas que el Estado, a su parecer, necesitaba; de hacerse con una nueva constitución, con la monarquía a su lado, y no sobre ellos; de cambiar, en fin, España. Mas largo y duro camino les quedaba.
Pues bien, muere el rey, ya deseado, ya odiado, y tenemos al país dividido. Aquí los aspirantes a la monarquía absoluta, a la religión -no es que los liberales no fueran religiosos, si acaso los carlinos lo eran "más"-, con la máxima de "Dios, Patria y Rey" ("Dios, Patria y Fueros", también), especialmente fuertes al norte peninsular (Navarra y Provincias Vascas), Cataluña y distintas regiones del Levante interior. Allá los liberales, cristinos o isabelinos, defendiendo a la designada como heredera (los carlistas dirían que ahí había tongo), y enfrentándose a dos posibilidades: conseguir un Estado en el que poder intervenir para realizar sus mejoras y voluntades, esto es, tener el poder junto a la reina; o perder y enfrentarse al exilio, la cárcel o el pelotón de ejecución, opciones ya para muchos familiares pero no por ello deseadas.
Como ya empieza a hacerse larga tanta explicación, allá van los documentos, que no son pocos:

Inicio de la Guerra Carlista
Carlos V a sus amados vasallos:
Bien conocidos son mis derechos a la Corona de España en toda la Europa y los sentimientos en esta parte de los españoles, que son harto notorios para que me detenga a justificarlos. Fiel, sumiso y obediente como el último de los vasallos a mi muy caro hermano que acaba de fallecer, y cuya pérdida, tanto por sí misma como por sus circunstancias, ha penetrado de dolor mi corazón, todo lo he sacrificado: mi tranquilidad, la de mi familia; he arrostrado toda clase de peligros para testificarle mi respetuosa obediencia, dando al mismo tiempo este testimonio público de mis principios religiosos y sociales. Tal vez han creído algunos que los he llevado hasta el exceso, pero nunca he creído que puede haberlo en un punto del cual depende la paz de las monarquías.
Ahora soy vuestro rey; y al presentarme por primera vez a vosotros bajo éste título, no puedo dudar un sólo momento que imitaréis mi ejemplo sobre la obediencia que se debe a los príncipes que ocupan legítimamente el trono y volaréis todos a colocaros bajo mis banderas, haciéndoos así acreedores a mi afecto y soberana munificencia. Pero sabéis, igualmente, que recaerá el peso de la justicia sobre aquellos que, desobedientes y desleales, no quieren escuchar la voz de un soberano y padre que sólo desea hacerlos felices.
Octubre de 1833.
Don Carlos


El tradicionalismo carlista

 Terminada la misma, un fraile subió al púlpito y predicó la guerra santa, en su lengua vascongada, ante los tercios vizcaínos que, acabados de llegar, daban por primera vez escolta al rey. Yo sentíame conmovido. Aquellas palabras ásperas, firmes, llenas de aristas como las armas de la edad de piedra, me causaban impresión indefinible: tenían una sonoridad antigua: eran primitivas y augustas, como los surcos del arado en la tierra cuando cae en ellos la simiente del trigo y del maíz-
Ramón del Valle-Inclán
La religiosidad de don Carlos

Era religioso antes que todo, y nada quería que no viniese de Dios. Tanto esperaba en Él, que aconteció un día hallarse rezando con el rey en el coro de el Escorial, y acometido el monarca por un accidente cayó al suelo, revolcándose violentamente entre el reclinatorio y la silla, con peligro de estropearse: don Carlos, que estaba a su lado de rodillas, quedó inmóvil como una estatua, y levantando los ojos y ambas manos al cielo, no hizo otra cosa que exclamar: “Señor, salvad al rey”.
Antonio Pirala

La guerra sin cuartel

Dejando a un lado todos los miramientos y consideraciones que hasta aquí he tenido con los enemigos, y usando de la ley de represalias, he decretado lo siguiente:
Artículo 1º
Todos los prisioneros que se hagan al enemigo, sean de la clase y graduación que fueren, serán pasados por las armas, como traidores a su legítimo soberano.
Tomás de Zumalacárregui

Un trágico episodio de la guerra

De resultas de haber hecho fusilar Cabrera a los alcaldes de Torrecilla y Valdealgorfa, que parece eran confidentes de Nogueras, tuvo este jefe la desdichada idea de ejercer la inaudita represalia de aplicar la última pena a la madre de Cabrera, que se hallaba detenida en Tortosa, y cuya ejecución, a manera de argumento ad terrorem, tuvo el general Mina la desdichada condescendencia de sancionar. El hecho atroz de ser pasada por las armas una mujer de más de sesenta años, y cuya muerte venía a autorizar en cierto modo a su poco indulgente hijo para dar rienda suelta a las crueldades que generalmente se le atribuían, produjo dentro y fuera de España un sentimiento de indignación y de horror.
Andrés Borrego

También te habrían contado posteriormente otra pequeña arbitrariedad ejecutada oficialmente en una vieja, en virtud de un “cúmplase” de un héroe (Mina). ¡Dios me libre de caer en brazos de héroes!... Bueno es remontar a las causas de las cosas, al tronco, y no a las ramas. Es así que la primera causa de que existan facciosos fueron las madres que las parieron; ergo, quitando de en medio a las madres, lo que queda. Los teólogos dicen: Sublata causa tollitur efectus. Es lástima que no haya vivido el abuelo, porque mientras más arriba más seguro es el golpe. Pero hemos tenido que contentarnos con la madre. Está probado que así como Sansón tenía la fuerza en el pelo, los facciosos tienen el veneno en la madre, que viene a ser la hiel de ellos; en quitándosela se vuelven como malvas: así lo ha probado la experiencia, porque de resultas el otro (Cabrera) no ha fusilado más que a treinta. ¿Quién sabe lo que hubiera fusilado si hubiera tenido madre todavía? Luego las mujeres son las que están impidiendo la felicidad de España y hasta que no acabemos con ellas no hay que pensar en tener tranquilidad. En cuanto a las hermanas, como estaban casadas con guardias nacionales, les tocaba fusilar la mitad a los de allá y la otra mitad a los de acá; pero nosotros, más desprendidos, no quisiéramos perdonar ni a la mitad que nos tocaba, y lo fusilamos todo. ¡Bienaventurados en tiempos de héroes los incluseros, porque ellos no tienen padre ni madre que les fusilen!
Mariano José de Larra

Fuentes: Episodio nacional nº19, “Los apostólicos”, BENITO PÉREZ GALDÓS, colección Espasa
Historia de España, tomo 6, colección Durvan
Dibujo de Augusto Ferrer Dalmau (ver http://www.arteclasic.com/)

Saludos y feliz Año Nuevo a todos.