"La incomprensión del presente nace fatalmente de la ignorancia del pasado. Pero quizá sea
igualmente vano esforzarse por comprender el pasado, si no se sabe nada del presente" M. Bloch

miércoles, 16 de febrero de 2011

Tribalismo y propaganda

Os traigo estas interesantísimas letras. No tienen desperdicio. Hablan sobre la condición humana, y sobre lo maleables que podemos llegar a ser, con dos ejemplos concretos: uno de la Gran Guerra y otro sobre el Pacífico en la SGM. La conexión con el anterior tema que posteé (el de la masacre de Amritsar) es visible.
Pues bien:

TRIBALISMO

La hostilidad tribal puede desarrollarse rápidamente. Sólo un mes después del estallido de la Primera Guerra Mundial, Robert Bridges, el poeta oficial, escribía a The Times:

Desde su comienzo, el significado de esta guerra ha cambiado considerablemente en un aspecto, y espero que nuestro pueblo advierta que es primordialmente una guerra santa. Es, sin duda, una guerra entre Cristo y el Diablo [...] Nunca hubo en el mundo nada que valiera más la pena exterminar y las naciones civilizadas tienen la sencilla obligación de unirse para devolverlo a sus fronteras y alló exterminarlo.


Los acontecimientos que se sucedieron a partir de 1914 nos han dejado cierta inquietud respecto de la palabra "exterminio". ¿Abogaba el poeta oficial tan sólo por el exterminio de una abstracción, la agresión alemana? ¿O instaba a exterminar a los soldados que formaban el ejército alemán? La confusión moral contribuyó al mantenimiento del apoyo público mientras los ejércitos rivales, presos en la trampa, se mataban recíprocamente.
La misma perturbadora observación encontramos en otra propaganda de la PGM. Con ocasión de una campaña para encerrar a los alemanes que había en Gran Bretaña, se tituló "Limpieza a fondo" a una caricatura que representaba a Gran Bretaña como un ama de casa con una escoba barriendo montones de pequeñas figuras marcadas como "alemanes". Una señal de carretera indicaba: "A los campos de concentración" Mientras barría, la señora Gran Bretaña decía: "Había que hacerlo, de modo que antes o después tenía que ocuparme de esto para liberarnos de microbios peligrosos".
Dentro de la misma campaña, dijo Horatio Bottomley: "Hago un llamamiento a una vendetta, una vendetta contra todo alemán que haya en Gran Bretaña, "naturalizado" o no... No se puede "naturalizar" un aborto contra natura, una monstruosidad infernal. Pero sí se la puede exterminar". Instó a que se obligara a los alemanes naturalizados a usar un distintivo y a que no se les permitiera salir después de la puesta de sol. Había que excluir de las escuelas a sus hijos. Ya demás apoyaba este tratamiento a los alemanes con fantasías que alentaban a desposeerlos de toda dignidad protectora. Después de la guerra, "si por casualidad descubre usted en un restaurante que el camarero que le sirve es alemán, arrójele la sopa a su asquerosa cara; si descubre que está sentado junto a un oficinista alemán, vuélquele el tintero sobre su asquerosa cabeza".

A pesar de la histeria, hay personas que mantienen viva la dignidad humana. En New College, Oxford, se exhibieron bajo el encabezamiento "Por la Patria" las listas de sus miembros muertos en la guerra. Tres de los soldados alemanes que murieron en 1914 habían estado en el College. En 1915, un visitante norteamericano escribió al Morning Post para expresar su disgusto ante el hecho de que en la lista figuraran los tres alemanes. Warden Spooner respondió que "los alemanes no habían cometido ningún acto ignominioso al luchar por su país" y que uno de ellos había muerto "mientras transportaba a un camarada herido". Spooner sugirió que "mantener un espíritu de odio contra los que han pasado a otro mundo no nos hace mejores patriotas ni mejores hombres" (Más tarde, el tutor de Filosofía H.W.B.Joseph convenció al College de que erigiera un monumento en memoria "de los hombres de este College que, llegados de tierra extraña, se incorporaron a la herencia de este lugar, y que, tras su regreso, lucharon por sus respectivos países en la Guerra (1914-1918)". Pero estas excepciones en el ambiente de tribalismo eran muy raras.

La Segunda Guerra Mundial distó mucho de ser un mero conflicto tribal, pero, sobre todo en la Guerra del Pacífico, las actitudes en el frente interno fueron enormemente tribales y a veces incluso racistas.
Del lado japonés, había quienes sostenían la creencia en su superioridad racial. Un año antes de la guerra, el político Nakajima Chikuhei dijo que en el mundo había razas superiores y razas inferiores u que la raza superior tenía el deber sagrado de iluminar a las inferiores (parece un discurso plenamente europeo. Puesto que los japoneses eran descendientes racialmente puros de los dioses, eran también "la única raza superior del mundo".
Cuando llegó la guerra, llegaron también los estereotipos racistas de los norteamericanos y de los británicos. Un novelista japonés dijo que "estaba ansioso por golpear hasta hacer pomada a esos norteamericanos bestias e insensibles". Una publicación describía al "bestial" enemigo como demonios, diablos, malvados, monstruos y como "salvajes peludos y de nariz retorcida". Otro instaba a la exterminación: "¡Golpead y matad a estos animales que han perdido su naturaleza humana! Esa es la gran misión que el Cielo ha encomendado a la raza yamato por la paz eterna del mundo!" Otra revista, refiriéndose a los norteamericanos, decía que "cuantos más sea los que se mande al infierno, más limpio estará el mundo".

El racismo no era sólo japonés. En Estados Unidos, a los japoneses los llamaban "vientres amarillos", "bastardos amarillos" o "monos amarillos". El almirante Halsey, de la Armada norteamericana, dijo que estaba impaciente por ir a comer más "carne de mono". En Gran Bretaña, Sir Alexander Cadogan, Secretario Permanente del Foreign Office, dejó escrito en su diario que los japoneses eran "monitos bestiales". EL general australiano Sir Thomas Blamey dijo del soldado japonés que es "una bestia subhumana" y "cruce de ser humano y de simio".
Había formas aun peores de deshumanización. Sir Thomas Blamey dijo lo siguiente: "tenemos que exterminar a esa peste". El periodista Earnie Pyle dijo a su vez: "aquí me he dado cuenta enseguida de que a los japoneses se les despreciaba como a algo subhumano y repulsivo, más o menos lo que algunas personas sienten respecto de las cucarachas o los ratones". Describió a unos prisioneros japoneses: "Luchaban, reían y charlaban como seres humanos normales. Y sin embargo me daban repugnancia y después de verlos tenía el deseo de darme un baño mental". Las pegatinas de los coches mostraban ratas con rostros de japoneses. The Nation oponía la muerte viril del soldado norteamericano típico a la manera en que morían los soldados japoneses, como ratas arrinconadas. Los lanzallamas que se usaban para atacar las posiciones japonesas se anunciaban en el New York Times con la imagen de un ataque y la leyenda : "Limpieza de un nido de ratas".

La lealtad tribal que la guerra evoca puede convertirse en odio tribal. El racismo antijaponés en países aliados condujo a actitudes que en otros momentos habrían sorprendido. El comandante de un submarino norteamericano fue condecorado por una acción en la que hundió un buque japonés y en la que pasó más de una hora masacrando a los supervivientes. Un informe de la revista Time sobre otra masacre de japoneses que habían sobrevivido en botes salvavidas dio lugar a una carta de crítica moral, que se publicó. Muchas de las respuestas a esa carta afirmaban que las atrocidades japonesas justificaban la masacre. Un lector replicó que era la "matanza de inútiles serpientes de cascabel". Otro había "gozado extraordinariamente" al leer la información acerca de la matanza. Un tercero dijo que "una buena costumbre norteamericana que me gustaría ver es la de tener una piel de japonés clavada en las puertas de todas las 'letrinas' de Estados Unidos".

El racismo influyó en las actitudes relativas a la política. El almirante Halsey exigió la "eliminación prácticamente total de los japoneses como raza". El presidente de la Comisión de Personal de Guerra sugirió "el exterminio de las japoneses en su totalidad". Las encuestas sugerían que más del diez por ciento de los norteamericanos apoyaban la "aniquilación" o la "exterminación" de los japoneses como pueblo. Una encuesta de diciembre de 1945 mostraba que más de la quinta parte de los norteamericanos lamentaba que no se hubieran usado muchas bombas atómicas más antes de que Japón tuviera oportunidad de rendirse.

El racismo mutuo de la Guerra del Pacífico fue un caso extremo. Pero en la mayoría de las guerras es importante el tribalismo del frente interno. La propaganda oficial, que alimenta a la gente que a menudo está demasiado dispuesta a creer, distorsiona su juicio y debilita su capacidad de crítica. Como descubrieron Erich Maria Remarque y Robert Graves, la visión que se tiene de la guerra puede tener poca relación con su realidad. En Alemania, el frente interno era "un mundo extraño" (se refiere a palabras de Remarque), y en Inglaterra "hablaba una lengua extranjera" (ídem con R.Graves). La versión oficial de los acontecimientos crea la solidaridad tribal y la disposición mental a practicarla. En el frente interno el tribalismo y la creencia se combinan para sostener la trampa de la guerra.
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Extracto del libro de Jonathan Glover "Humanidad e inhumanidad. Una historia moral del siglo XX" Madrid, Cátedra, 2001 (en el capítulo 20. El frente Interno).

El tema fue posteado en el foro 1y2gm (ver aquí) donde ha generado una interesante discusión.

Saludos

sábado, 12 de febrero de 2011

El respeto frente a la barbarie

Os traigo ahora un extracto a partir del cual podemos reflexionar. Va incluido en el libro de Jonathan Glover "Humanidad e inhumanidad. Una historia moral del siglo XX" (Madrid, Cátedra, 2001). Ahí va:

Nuestra inclinación a mostrar este respeto y nuestra repugnancia por la humillación de alguien son poderosos frenos a la barbarie. El debilitamiento de este freno puede haber contribuído a la masacre de Amritsar. En 1919, en India, las tropas al mando del general Dyer dispararon durante diez minutos sobre una reunión pacífica de indios. Hubo entre quinientos y mil muertos y una cantidad similar de heridos. ¿Cómo pudo el general Dyer ordenar esa atrocidad?

Masacre de Amritsar (amritsar.com)

Quizá la explicación tenga estrecha relación con la manera en que las autoridades británicas de ciertas regiones de India humillaron a los indios. Si se les acercaba un europeo, los indios tenían que salaam: cerrar su paraguas, bajarlos y descender a la calzada. Al indio que no lo hacía se le obligaba a besar las botas del funcionario al que había ignorado. Por la misma falta, a otros se les hacía tenderse, frotarse la nariz en el polvo y arrastrarse.
Ciertos oficiales británicos inventaron "castigos divertidos" para los indios. El capitán Doveton ordenó flagelar delante de las prostitutas a un grupo de hombres que visitaba un burdel durante un toque de queda, y ese mismo capitán castigaba otras transgresiones haciendo que los inculpados realizaran cabriolas y tocaran el suelo con la frente. Algunos indios dijeron que, como castigo, un oficial les había hecho enjalbegar (blanquear paredes con cal o yeso). El propio general Dyer había mandado levantar un triángulo para azotar allí públicamente a los transgresores. También instauró la "orden de reptar": todos los indios que fueran por un determinado callejón tenían que arrastrarse sobre el estómago. Si levantaban las piernas o los brazos, los soldados los azuzaban con los fusiles*. Ordenar la masacre habría sido mucho más difícil de no haber sido previamente violada la dignidad que protegía a los indios.

*Alfred Draper, The Amritsar Massacre: Twilight of the Raj, Londres, 1985, caps. 5 y 6.

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Podríamos pensar en muchos más ejemplos históricos. La conclusión aparece sencilla: 
Si un ejército ocupante inculca en sus tropas el desprecio por los nativos del país, estará allanando el camino hacia la comisión de crímenes atrozes.

Saludos

viernes, 11 de febrero de 2011

La guerra de los boers

Os traigo un pequeño artículo sobre el tema que apareció en una de las publicaciones de Historia16.

LA GUERRA DE LOS BOERS

No resulta muy frecuente encontrar en la historia contemporánea ejemplos de ocupación militar y colonización de territorios previamente habitados por poblaciones de origen europeo y constituidos ya como estados soberanos. Además de las consideraciones de orden moral, el derecho internacional y el juego de la política mundial lo hubieran impedido.
Sin embargo, a finales del siglo XIX la Gran Bretaña tuvo que alterar esta norma y empeñarse en una costosa guerra de conquiesta contra dos repúblicas, Orange y Transvaal, que colonos de origen holandés -o los boers*- habían establecido en territorio de la actual Unión Sudafricana (hoy República de Sudáfrica).
Desde el establecimiento de la factoría de El Cabo, en la segunda mitad del siglo XVII, los inmigrantes holandeses se habían extendido hacia el interior de África, colonizando el territorio en continua lucha con los nativos.
A comienzos del siglo pasado (se refiere al XIX) la colonia de El Cabo no se distinguía mucho de cualquier país europeo. Los colonos cultivaban la viña y los frutales mediterráneos. Los inmensos pastizales del interior permitían el mantenimiento de una próspera campaña ganadera. La población aumentaba continuamente con la llegada de nuevos colonos del norte de Europa.

Choque de intereses

Por aquellos días Holanda estaba aliada a la Francia revolucionaria y, por lo tanto, en guerra con Inglaterra. En dos ocasiones, 1795 y 1805, los británicos ocuparon el estratégico enclave de El Cabo. La segunda vez se quedaron y terminaron expulsando a los boers para hacer sitio a sus propios colonos. Entre 1834 y 1839 la nación boer se dirigió al interior de África y, tras sostener una durísima guerra con los nativos, lograron establecer dos repúblicas, Orange y Transvaal, a las que dieron una conformación innegablemente europea.
Pocos años disfrutaron los boers de su recién recuperada libertad. La colonización inglesa avanzaba inexorablemente tras sus huellas, y en 1877 el Transvaal fue incorporado a la corona británica. Los boers se negaron a partir otra vez y se sublevaron. Dirigidos por estrategas improvisados -Kruger, Pretorius, Joubert-, los colonos mantuvieron en jaque a los británicos hasta que éstos no tuvieron más remedio que reconocer su independencia.
En 1884 se descubrieron riquísimas minas de oro en los territorios boers. Los británicos, que habían proseguido su avance hacia el interior del continente, favorecieron la entrada en las dos repúblicas de aventureros codiciosos y de hombres de negocios que alteraron los tranquilos hábitos de los boers.

Paul Kruger, presidente de la República del Transvaal (ask.com)

La guerra

A partir de entonces, los choques fueron continuos. Y cuando, en 1899, el presidente de Transvaal, Kruger, exigió el cese del envío de tropas británicas al África Austral, estalló la guerra. El 11 de noviembre de ese año las fuerzas boers invadieron la colonia británica de Natal y obligaron a las fuerzas inglesas a refugiarse en Ladysmith. En el otro extremo de su territorio derrotaron al enemigo en Kimberley y pusieron sitio a esta ciudad y a Mafeking.
Los británicos desencadenaron una ofensiva en tres frentes en el mes de diciembre. Pero las tropas boers de Joubert los contuvieron. En la batalla de Colenso la columna del general Buller, formada por 80 000 hombres, quedó diezmada y las tropas de Joubert penetraron profundamente en la propia colonia de El Cabo.
La derrota de Colenso provocó una enorme conmoción en las islas Británicas y despertó las simpatías generalizadas de Europa hacia la causa boer. El gobierno Salisbury destituyó al mando de las fuerzas británicas y colocó a su frente a lord Roberts. Este nombró jefe de su Estado Mayor al general Kitchener, que acababa de obtener un rotundo éxito en el Sudán.


De la metrópoli llegaron refuerzos y grandes cantidades de material moderno. Enfrente, los boers apenas tenían artillería y sufrían gran penuria de municiones. Aun así, su peculiar forma de hacer la guerra, su magnífica puntería y la rapidez de sus movimientos convertían al soldado boer en un digno rival de la pesada maquinaria bélica británica, ineficaz en cuanto abandonaba las vías de ferrocarril.
Ello explica que, cuando los hombres de Roberts reemprendieron su ofensiva para liberar a la guarnición de Ladysmith, sufrieran una nueva y sangrienta derrota en Spionkob, que alcanzó resonancia mundial.
Sin embargo, el potencial militar de los británicos y el agotamiento de sus enemigos, terminaron por dar un giro a la guerra. Kitchener preparó un meticuloso plan, y ya en febrero de 1900 infligió la primera derrota al adversario en Paardeberg.
El generalísimo Joubert murió a finales de marzo. Para entonces el avance británico era irresistible. El día 13 cayó la capital de Orange, Bloemfontein, y el 5 de junio los ingleses entraron en la del Transvaal, Pretoria. Teóricamente, la guerra parecía aproximarse a su fin.
Sin embargo, fuera de las ciudades, las fuerzas boers que dirigía el general Botha aguantaron dos años manteniendo una agotadora guerra de guerrillas. Kitchener respondió con una durísima represión que llevó a la reclusión de la población civil en campos de concentración y a la práctica de tierra quemada. Botha terminó capitulando en Verreniging el 31 de mayo de 1902, pero las nuevas colonias británicas recibieron la promesa de una futura autonomía.
La guerra había costado a Inglaterra 22 000 muertos y una gran humillación para su orgullo de potencia imperialista.

* También afrikaneers.

Dentro del artículo "El mundo colonial", de Jose U. MARTINEZ CARRERAS, en el número 1 de Siglo XX. Historia Universal: La víspera de nuestro siglo. Sociedad, política y cultura en los 98. Una colección de Historia16

Una película que tiene de fondo este conflicto es Consejo de Guerra. Breaker Morant (ver más aquí)

Saludos